Sabor agridulce



Ayer, 8 de agosto llegué a Benin a las 20:30. Allí, en el aeropuerto me esperaba un hombre que con escasa conversación me llevó hasta el lugar donde pasaría la noche.

Me levanto a las 5:30. He dormido mal, como suele pasar. Me despertaba cada poco, nervioso, y con esas ya conocidas preguntas rondándome la cabeza…¿Habré hecho bien el cambio de hora? ¿Me quedaré dormido? ¿Estará ahí el hombre a la hora acordada?....

Finalmente, tras ducharme, a las 6:00 bajo a la recepción. A las 6:15 aparece el hombre y para las 6:30 estamos en la parada de autobús.

Me despido del hombre y a eso de las 7:00 el autobús arranca.

Me subo en un autobús dirección al norte, en el cual nadie te indica en qué parada estás cuando para. Todos los pueblos  de Benin son muy parecidos. No les entiendo. No me entienden. No tengo dinero. Lo único que sé es que, si va muy rápido, llegaré a las 20:00, y si va normal a las 21:00.

El primer tramo me lo hago prácticamente dormido.

Luego comienza el aburrimiento y con él las reflexiones.

Me cruzaré en este autobús unos 600 kms hacia el norte y voy a tardar más de 14 horas. Llevo 6… y se empieza a hacer largo. No hay paradas, los conductores se turnan.

Soy el único blanco (“batture” como dicen aquí) en el autobús y, aunque no muy bien, me considero capaz de comunicarme. Sin embargo, no voy a tener la ocasión. Todo el mundo te mira como a un bicho raro. Si quieren cerrar la ventana se lo piden al de delante o al de detrás, y si dudan de si el asiento de al lado tuyo está libre…igual. Tú no les entiendes, simplemente eres un blanco con dinero que viene de turista a donde nadie viene de turista y de una manera en la que no van los turistas…simplemente, sobras (o, al menos, eso es lo que creo que piensan).

Me intento hacer pequeñito, dormir, pasar desapercibido…pero es imposible. Y eso se acentúa aún más en los niños… no solo eres raro sino que encima nunca han visto uno como tú.

Se me ha sentado al lado una madre con su niña. Una niña guapísima. Inconscientemente, le miras y sonríes, buscando una tímida sonrisa de vuelta. Pero en sus ojazos negros, abiertos como platos, hay una mezcla de miedo y curiosidad, mezclado con ciertas ganas de devolverte esa sonrisa.

A medida que avanza el viaje, la curiosidad va ganando al miedo. La niña me toca la pierna. Creo que lo primero que le impacta es el pelo…pero rápido se acuerda del tema del color y retira la mano rápidamente. Se la mira, como si se le fuera a manchar y me vuelve a dirigir una de sus miradas penetrantes. No entra en sus esquemas, lo entiendo.

Horas más tarde, otro niño aparece, y con él, mi sonrisa inconsciente. Esta vez es diferente, lo interno gana a lo externo y el idioma internacional de la sonrisa se apodera del niño. Se iluminan sus ojos y me devuelve una sonrisa maravillosa. Gracias, pienso.

El viaje continúa, llevaremos ya unas 9 horas. Sin levantarme. Son las tres de la tarde. Hace 24 horas que no como ni bebo nada. Empiezo a notar el hambre pero agradezco el haber bebido nada…. Este viaje con ganas de hacer pis podría ser mortal. Casi que prefiero esa boca más seca que el desierto.  
Comienza a llover. A jarrear. A diluviar. Y a los 15 minutos, dentro del bus. Mi pierna izquierda (la pegada a la ventana) se moja y mi camiseta también. La chica sentada al lado de mi pone la cortina al ver que mis intentos para evadir el agua no son demasiado fructíferos. Tras 1 hora y media aprox. amainó. Segunda ducha del dia.

A las 19:30, fuera de la franja horaria que me había dicho el hombre que me llevó al autobús, noto como que el entorno me suena. Como que tengo que bajarme. Me bajo. No veo a nadie conocido pero lo primero que me preocupa es que mis maletas se queden conmigo. Lo consigo.
Soñaba con que estuviera Bio esperándome y los 2 nos fundiéramos en un tremendo abrazo cuando nos viéramos de nuevo.

Tras media hora esperando en medio de una calle de una ciudad africana con mis dos maletas, me giré. Ahí estaba Bio. Sin embargo, su abrazo de vuelta no fue tan efusivo como el mio. No le entendía demasiado bien. El tampoco a mí. Mi francés estaba medio olvidado. La relación era fría…

Tras montar las dos maletas y una mochila en la moto en un acto de valentía, llegamos al internado.
No es lo mismo…no me parece el mismo lugar humilde y acogedor en el que estuve hace 2 años….ha perdido encanto. Muchos edificios más, muchos en obras y una señora flota de vehículos me reciben.

Allá, a lo lejos, veo a mis niños. No hay muchos….y me siento raro, nervioso quizás. Me cuesta recordar los nombres de alguno de ellos y muchos los mezclo. Me esperaba una bienvenida más efusiva…pero no. Un simple “Ça va?” y una sonrisa que denotaba lo raro que era para ellos que volviera a estar ahí. No sabían que venía, me veían muy cambiado y no creo que ninguno contara con volver a verme jamás…

Aparecen entonces 3 blancos, 3 suizos. Los niños me dicen que hay 2 más, 2 españoles. Vuelvo a la misma idea….esto no es lo que era…se ha perdido mucho encanto. 

Se ha perdido esa ilusión de los niños de vera  uno diferente a ellos, se ha perdido la incertidumbre de que harás siendo el único blanco y, sobre todo, se ha perdido ese ambiente de humildad que me enamoró hace 2 años. Me siento incompleto. En parte feliz por volver a verlos, en parte triste porque sea tan diferente…Tremendo sabor agridulce.

No me gusta estar en mis voluntariados con tantos blancos, le quita autenticidad, de ahí la razón por la que siempre viajo solo…. 

Poco después, cenamos y me encuentro con Abel, mi hermano africano, mi mejor amigo y un tremendo soporte la última vez que estuve aquí. Él sí que está impresionado de verme…tampoco sabía que venía.

El reencuentro con las chicas es mejor que con los chicos…más vergüenza, más risitas….me sacan la sonrisa, me iluminan los ojos…que tremenda ilusión.

Por la noche nos invitan a ir a tomar una cerveza. No me apetece. Estoy cansado y me trae malos recuerdos ya que creó problemas la última vez que vine, pero siento que tengo que ir. Para socializar aunque sea. Vamos varios. La primera bueno, la segunda demasiado. No lo he disfrutado mucho.
Para ser sincero, echo de menos mi mundo. No se si este año estoy lo suficientemente preparado emocionalmente para afrontar un mes aquí. Espero que todo mejore. Estoy un poco plof, me siento fuera de sitio y sin función asignada. Como un paquete desconocido que lo vas moviendo de un sitio a otro para ver en donde molesta menos…

Lo dicho, sabor agridulce.

Comentarios

Entradas populares de este blog

A la segunda va la vencida. ¡Nos vamos!

Perú, here we go!