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Mostrando entradas de julio, 2017

Éranse una vez 34 campesinos

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Éranse una vez 34 campesinos que, provenientes de múltiples lugares de Perú, coincidieron en comenzar una nueva vida. Unos en busca de trabajo, otros huyendo del terrorismo en los ambientes rurales, llegaron a un cerro de las afueras de Lima. Poco a poco, las 34 familias fueron dividiéndose el terreno y comenzando a instalarse. En un principio valiéndose de una sola lámina de calamina en forma de iglú, fueron aumentando paredes e incluso techo, hasta conseguir lo que hoy en día domina en el cerro: el prefabricado de madera con techo de lata. Ese grupo de 34 humildes familias fue creciendo hasta las 80. Aunque mejor que grupo, diré familia de 80 familias. Hoy en día esta gran familia sigue en su cerro, en casas que dejan mucho que desear y sin agua ni luz.  En cuanto al agua, diseñaron y construyeron un sistema mediante el cual, valiéndose de una bomba, eran capaces de subir el agua al cerro. Sin embargo, la puesta en funcionamiento de la bomba que permitía el sum

Magia en Semillitas

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No sé si porque parecen más vulnerables, por sus sonrisas, o por su curiosidad, pero los niños es lo primero que me llega al corazón en sitios tan desfavorecidos como éste. Aquí en Lima se les ve sucios, con ropa vieja, incluso rota en muchas ocasiones. La cantidad de prendas, asimismo, es muy reducida; de hecho, creo que sería capaz de aprenderme el armario de la mayoría de ellos después de una o dos semanas jugando o haciendo cosas con ellos.  En cuanto a su educación, hay colegios públicos, lo que “posibilita” a la mayoría de ellos acceder a una educación. Aunque, si me permitís, mejor que educación, diré escuela. La calidad de esta educación deja muchas veces tanto que desear que no sé si es educación o mal educación…  Otra cosa es que vayan. Siendo tan pobres como son, algunos de los niños tienen que dejar de ir a la escuela por ir a trabajar para que la familia pueda subsistir. Conozco historias devastadoras de estos niños que me darían probablemente para otro post, pe

Eclosión de emoción

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Tras el viaje más largo y más pesado de mi vida, al fin estoy en Lima, y con dos maletones y mi/su cometa, las cosas no podían empezar mejor.  Si bien os voy a confesar que tenía algo de miedo al reencuentro, todo ha ido como la seda, maravilloso. Nada más bajar del avión me encontré con Grego y nos fundimos en un tremendo abrazo, un abrazo como aquel que das a un amigo al que llevas mucho tiempo sin ver.  Montamos en el cocche y rumbo a casa. En casa más abrazos tremendamente calurosos y esperados, tal y como los hubiera soñado. Hola de nuevo, mamá Rosa.  Tras una agradable charla de desayuno, cena o merienda (ya no sé ni lo que me toca..), acompaño a Estibaliz, una chica muy agradable, a la terapia para los niños con discapacidad del barrio.  La verdad es que se me hace un poco raro estar aquí. Otra vez. Con ellos, sí, ellos mismos. Pero estoy tremendamente feliz. Volver a pisar pistas de tierra, volver a  sentir este olor tan característico de esta zona de Lima...