Magia en Semillitas



No sé si porque parecen más vulnerables, por sus sonrisas, o por su curiosidad, pero los niños es lo primero que me llega al corazón en sitios tan desfavorecidos como éste. Aquí en Lima se les ve sucios, con ropa vieja, incluso rota en muchas ocasiones. La cantidad de prendas, asimismo, es muy reducida; de hecho, creo que sería capaz de aprenderme el armario de la mayoría de ellos después de una o dos semanas jugando o haciendo cosas con ellos. 

En cuanto a su educación, hay colegios públicos, lo que “posibilita” a la mayoría de ellos acceder a una educación. Aunque, si me permitís, mejor que educación, diré escuela. La calidad de esta educación deja muchas veces tanto que desear que no sé si es educación o mal educación… 

Otra cosa es que vayan. Siendo tan pobres como son, algunos de los niños tienen que dejar de ir a la escuela por ir a trabajar para que la familia pueda subsistir. Conozco historias devastadoras de estos niños que me darían probablemente para otro post, pero sin duda la que recuerdo con más cariño, tanto por el cariño que le tengo a ella, como por el impacto que me resultó, es la de Sheyla. 

Un día llegó sucia y con cortes en las manos. Me sorprendió. -“Sheyla, ¿y esto? ¿Has ido a la escuela?” + “No, tenía que trabajar”  - “¿Y en qué trabajas?”  + “He ido a recoger chatarra”. Helado me quedé. Sin palabras. Esto es lo que se llama darse de bruces contra la realidad. Sheyla tenía entonces 5 años, una renacuaja con ropa raída, sucia y con las manos hechas polvo. Llega dentro, y tanto que llega. 

Recapacitemos entonces: educación de vez en cuando y de mala calidad. Pero por si esto fuera poco, las instalaciones dan pena. Suelos con socavones de tamaño considerable, clavos oxidados por todas partes, paredes que se caen a cachos en cuanto las tocas… ¿son estas condiciones para que esté un niño o niña gran parte de su vida?

Es entonces cuando aflora la vena cooperante y la cabeza empieza a dar mil vueltas por segundo pensando en cómo mejorar un poco algo tan importante como es la educación, la base de cualquier sociedad en desarrollo. 




Y qué mejor forma de empezar que Semillitas. Entré en Semillitas por primera vez hace aproximadamente una semana. Los niños estaban en el recreo. Niños de 3 a 5 años. Tardé menos de cinco minutos en escabullirme de la conversación seria que estábamos teniendo con las profesoras. Ya había otras dos personas que podían ocuparse de la charla, si yo me ocupaba de los niños les dejaba su momento de privacidad, que era también muy necesario. 2 caritas de miedo, una de extrañeza y, de repente, un amago de sonrisa. Unas cosquillas para desenterrar esa sonrisa y permitir que fuera extendiéndose como la espuma. 2 minutos después arrastraba unas 30 sonrisas con piernitas muy cortas por el patio del que probablemente sea el colegio más desfavorecido de una de las zonas más pobres de Lima. Estaba dispuesto a hacer cualquier cosa por esos niños. A mí ya me habían ganado.



 
Este colegio, Semillitas, fue hace unos 5 años rescatado por la que ahora es la directora, Miss Katy. Ella, viendo el potencial de aquel lugar y con un proyecto más que bonito y digno de admiración, decidió juntar a la sociedad más cercana a ella y echar a los drogadictos y borrachos que se habían establecido allí. Creado en un principio como base militar, Miss Katy fue haciendo lo posible por restaurar ese lugar. Sin embargo, nunca llegó a acabarlo. 

Y es que eso de empezar algo sin terminarlo está al orden del día en Perú o, al menos, en esta pequeña zona que conozco de Perú. La idea inicial es magnífica, la gente se implica, trabajan duro, pero cuando llega ese punto de semiacabado en que es capaz ya de medio cumplir su función, es bastante común el tirar las herramientas. Eso, asociado a que no se tiende a cuidar las cosas, el material que se brinda o se compra, me lleva muchas veces a pensar que el ingrediente que falta en esta receta es casi siempre el mismo: las ganas, la pasión, el inconformismo. Justo eso que tengo yo en abundancia y que en estos lugares no hace más que multiplicarse exponencialmente.

Entramos ese mismo día que mencionaba antes por primera vez a la “sala de psicomotricidad”. De psicomotricidad y de otras mil cosas evidentemente… todo lo que no es clase se realiza aquí. Era un lugar como cualquier otro para empezar. Estaba hecha polvo, con agujeros en el suelo, sucia, la pintura se caía… En cuanto comentaron la posibilidad de restaurarla sólo tachaba días para empezar.


Empezamos creo que a los dos días a lijar. Había que rascar con espátulas toda la pared y luego lijarlo, si no la pintura nueva no agarraría. Una vez realizado eso, había que dar una especie de masa blanca a la que llaman “temple”. En principio, la función de esta capa es aislar un poco pero, sobre todo, permitir que la nueva pintura se adhiera con fuerza. Se dice muy rápido pero no tenéis ni idea de lo que supone rascar con una espátula y luego lijar, ladrillo a ladrillo, una sala entera entre dos. Llegaba a casa muerto, pero encantado. Al de tres días de trabajar toda la jornada en la sala, comenzamos a pintar. La primera capa hecha, la segunda lo que llegaba, y hora de decorar. Aquí es donde realmente nos lo pasamos bien. Una sala entera para dar rienda suelta a la creatividad, las ganas, la pasión, el inconformismo. No hacía más que acordarme de lo que mi amiga Lucía, estudiante de bellas artes, disfrutaría en un lienzo tan grande y libre como éste. 








Después de todo el trabajo de pintura, horas, conversaciones, risas y buenos momentos para recordar, tapamos los agujeros que había en el suelo y listo: primer proyecto acabado.
Hoy, 12 de julio, tras una semana estudiando a fondo la psicomotricidad, he dado mi primera clase en la sala que NOSOTROS hemos creado. Cuando vienes de cooperante y haces cosas, confías en que lo que haces será útil. Sin embargo, el ver con tus propios ojos que algo que tú has hecho funciona y funcionará toda la vida es… simplemente indescriptible. Esta sensación de plenitud es única, es genial, y es adictiva a más no poder. 


Si bien queda mucho tiempo por delante y estoy seguro de que seguiré trabajando en esta pequeña escuela cada ratito que tenga, puedo decir orgulloso que ya hemos empezado a hacer magia en Semillitas. 


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