impusiá Azudooni


Sé que no he escrito este año, pero es que no tenía ni idea de cómo escribir. En menos de una semana he vivido otra de las experiencias más intensas de mi vida. En todos los sentidos. ¿Quién enseña a describir esto?

No sé si hablar más de la llegada o de la salida que tan rápido se acerca. Solo he estado una semana aquí y tengo la sensación de llevar toda una vida. Nunca antes en ninguno de mis viajes había estado tan poco tiempo,  pero, aunque no os lo creáis, se me hace dificilísimo decir adiós, o en este caso (con todos los dedos cruzados y el corazón en el puño), me aferro a mi filosofía favorita, esa que borra el "adiós", y prefiere siempre el "hasta luego".

Ha ido todo tan rápido que creo que no he sido consciente de la situación. Es ahora cuando empiezo a mirar un poco para atrás. Cuando vuelvo a hace dos años, cuando la organización que me ha traído hasta aquí no existía; cuando vuelvo a hace 9 meses, cuando la organización que me ha traído hasta aquí casi desaparece; o incluso cuando vuelvo a hace 2 meses, cuando tenía un vuelo comprado a Ghana y la gente con la que había contactado no me respondía a ninguno de los correos o whatsapps de los últimos 3 meses.

Y, de repente, llego, me dejo llevar y, sin querer, sin enterarme, llego a una comunidad del noreste de Ghana, a la pequeña Azudooni, al pequeño Sirigu. Llego a las 8 de la mañana después de un bus de 16 horas. Allí, en la comunidad, me esperan más de 50 personas, entre las cuales hay 3 raras que hablan inglés.

Sin embargo, hay esa especie de magia que nunca entenderé, pero que tanto atrae. Esa que hace posible que un chico de Bilbao aparezca en una comunidad perdida en el norte de Ghana y sea capaz de comunicarse con personas de ideas, cultura, religiones, concepciones y lenguas radicalmente diferentes. Y les entiendes, y te entienden. Solo mirando y sonriendo saben que estás medio que no sabes dónde estás, que hay algunas gotitas de incertidumbre, pero que estás tremendamente agradecido de ver lo que estás viendo. Y a la vez, solo mirando y sonriendo, entiendes que la señora de enfrente está alucinando de ver un blanco, que te transmite todo su calor y cariño y que está realmente agradecida de que, simplemente, alguien haya accedido a escucharles.

Lo siguiente ya no es subjetivo. Música, bailes, abrazos y agradecimientos indescriptibles traducidos de esa preciosa lengua local a la que ahora tanto cariño he cogido.

Y así, mientras me doy cuenta de que ese proyecto de escuela (que leí en un correo y al que me tiré de cabeza sin pensarlo mucho) es verdad, que existe, que es realmente triste que el mundo esté tan mal repartido; voy integrándome en una comunidad que se ha juntado para dármelo todo, para incluso pagármelo todo, teniendo la barrita del dinero en el 0,5%, pero la de la humanidad en el 1929194%.

Que si la mujer de la tienda que hace esquina de camino al colegio, que si la que vende comida, que si los hijos de la vecina o los amigos de los profesores... Y, de repente, estoy dentro.

Y cuando consigo estar dentro, cuando empiezo a entenderles, cuando la tripa se acostumbra, estoy cerrando cosas. Estoy en esa horrible sensación de que sé que no me queda mucho por hacer aquí (en este viaje), que en cualquier momento me iré, y que, por tanto, debo despedirme de esos niños y niñas que no sé si volveré a ver. Esos mismos niños y niñas que empiezan a chapurrear inglés, pero con los que la mirada y la sonrisa parece funcionar igual que en esa primera reunión. "¿Y cuándo vuelves?" Y así, entre risas, jugamos al cómo se dice "¿y cuándo vuelves?" en su lengua. Entre risas. Entre risas que se repiten una y otra vez en mi cabeza siendo cada vez más ácidas, más amargas, más incómodas, y aún tremendamente dulces.

Una semana para identificar un proyecto. Para recoger una cultura, una forma de vivir y unas personalidades de las que no he hecho más que aprender. Una semana para tratar de enseñar al mundo que aún hay niños y niñas que tienen que estudiar debajo de árboles porque hay gobiernos que dicen no tener fondos para darles una escuela. Una semana para pintar con tiza una línea de salida a una carrera cuya meta se encuentra también aquí, pero viniendo entonces con trocitos de cientos de corazones.

Y es que por muy blanca o muy negro que seas, el corazón es siempre rojo.

Mi aventura aquí está llegando a su fin, pero aún quedan otras comunidades por visitar.

Sin embargo, esta, la de aquel primer email, la que ha marcado esta locura de año; esta, la de Azudooni, es la mía, es la que ya me ha nombrado como miembro, es de la que siempre me sentiré miembro.

/impusiá/ Azudooni. 
[Thank you Azudooni]

/ink sin ki wa/ Azudooni. 
[I'm going and I'm coming Azudooni]



Comentarios

Entradas populares de este blog

A la segunda va la vencida. ¡Nos vamos!

Perú, here we go!