Adiós mamá, hola mamá.


Me seco una de las que será las ultimas lágrimas y me pongo a mirar por la ventana del avión. Me voy, sí. 


Estos últimos días no los olvidaré jamás. Días de lágrimas, de abrazos de despedida, de preguntas difíciles. Y, a la vez, días de fiesta, de agradecimientos, de risas.... En definitiva, días muy intensos, de muchas emociones que demuestran muchas cosas, mucho amor. Y es que si a alguna conclusión he llegado estos días es que soy tremendamente rico. Tremendamente rico en gente, en corazones, en historias...


Vine un 1 de julio con una responsabilidad muy grande desde casa. Sabía que estaría dispuesto a exprimirme a mí mismo hasta el último momento. Y lo hice. Nunca pensé que sería tan fuerte pero de verdad que este año no me ha quedado ni un aliento por dar. Y eso ha tenido recompensa, y qué recompensa. 


Cierro esta segunda etapa en Perú muerto de pena. Siento como una parte de mí (si no todo yo) se queda aquí, en el interior de cada uno de mis niños del cerro, de mis semillitas, de los señores con los que trabajé y de las señoras que me invitaron a entrar en sus familias. 


Me voy padrino y miembro de honor de un comedor que me ha costado unas cuantas ampollas en las manos. Un comedor que cuando vine no existía. Un comedor en el que trabajé desde el primer día y que me llevó a conocer a gente maravillosa, incluyendo a mi pseudoahijado. Un comedor al que empecé a ir porque se me ocurrió que sería una forma de ayudar y me acabó dando infinitamente más que comida. La despedida con esta gente no fue fácil pero cuando me pidieron ser el padrino... No sabía ni yo como me sentía. Simplemente era la mejor recompensa soñada para el trabajo, las risas, la gente, las relaciones dejadas en ese escondido asentamiento de un cerro especial de Lima. No puedo evitar emocionarme al pensar que, si algún día vuelvo, aunque sea con 40 o 50 años, habrá un comedor social que me tendrá como padrino.

Me voy, ahora sí, habiendo probado la pachamanca. Y es que aquel hombre que me encontré por la calle cumplió su promesa. El comité 39 de tablada de Lurín, en Villa maría del triunfo se volcó para mi despedida, para darme las gracias. Pero en realidad no sé por qué tendrían que darme las gracias, ellos son los que lo hicieron prácticamente todo. Casita por casita, cada uno fue poniendo su granito de arena para organizar una fiesta en el centro de ese "agujero". Uno a uno, todos los vecinos venían a brindar con el "joven Alvaro". Gente que no tiene nada, daba algo para decirme A MI un adiós que todos esperamos sea un "hasta pronto". Bailamos, bebimos, comimos y reímos entre lágrimas. En esa misma despedida hubo un momento en que me quedé congelado, pensativo, mirando con pena, y a la vez orgullo a mi alrededor. Las escaleras ahora parecían escaleras, las señoras mayores bajaban a mi despedida ellas solas, ayudándose de las barandillas que tanto trabajo nos llevó conseguir y poner y las casas se sustentaban al fin sobre pircas seguras que cumplían el reglamento. En una semana tendrán desagüe. Tendrán desagüe para siempre, para toda su vida, y, en parte, me lo deben a mí. Creo que habría que vivir una vida sin desagüe para saber lo que este cambio significa en sus vidas. 


Me voy a medias. 30 niños del I.E. Semillitas se han quedado con una parte de mí. El último día, después de hacer la clase simulando ser un día normal, hubo que dar paso a lo que nunca quise. Ya desde que llegué, desde que Jesús, como todos los días, subido al tobogán cual pirata daba la voz a todos los niños de que Alvaro llegaba y todos comenzaban a enloquecer, no pude evitar empezar a llorar. Llorar sabiendo que sería el último día en ver ese fantástico espectáculo. Y me resulta especialmente difícil salir de este colegio por muchas razones. Una, porque tanto hace tres años con las puertas como este con la sala de psicomotricidad y las ventanas, he trabajado duro para que este colegio tuviera un mejor aspecto. Dos, porque son niños tan faltos de cariño que no tengo ni la menor duda de que todos me querían con toda su alma. Y tres, porque después de dos meses y medio viéndolos casi todos los días y sabiendo muchas de las historias que hay detrás de esas familias, yo los quiero como a mis hijos. Y yo sé que no me olvidaré jamás de ellos, pero sé que, si hay suerte y todos llegan a la edad adulta, muchos de ellos se perderán en las calles y muy pocos de ellos se acordarán de que un joven blanco, 20 ,30 o 40 años después, seguirá preocupándose por ellos estén donde estén y hagan lo que hagan.

Y me voy padre. Me voy hijo. Y me voy hermano. Y todo en MI cerro. El cerro que me ha visto tres años después, en ese mismo comedor. Y es que si de Semillitas me voy a medias, de aquí me voy vacío. Me quedo dentro de mis niños, de mis hijos, para siempre.

Estos niños valen millones. Niños de todas las edades venían cada día corriendo a recibirme, a abrazarme. Hacíamos los deberes, jugábamos, reíamos, pero sobre todo, como yo siempre les decía, se trataba de que fuéramos una familia. Y lo somos. Yo era el papá de todos. Y no sé cómo es el amor de un padre a un hijo, pero este se tiene que parecer mucho porque dudo que haya mucho más por encima en la escala. Estos niños que TANTO me querían viven en unas condiciones conmovedoras, en la que los padres, algunos mejores y otros peores, no tienen tiempo para estar con sus hijos. Pasan la vida en la calle, ocasionando que muchos de ellos se pierdan en la violencia, las drogas o el alcohol. Algunas veces incluso, después de pasar todo el día en la calle, tienen que volver a casa y ver como su padre llega borracho o como su papá pega a su mamá. Pero por encima de todo, lo que estos niños más necesitan es cariño, sentirse queridos. Y yo no pude darles más. Daba igual lo que hiciéramos cada día porque lo importante era demostrarles que yo les quería más que a nada en este mundo. Una de las mujeres de la comunidad no paraba de decirme "Joven Alvaro, no puedes marcharte así. Tienes que dejar aquí tus semillas". Yo le contestaba "Esté tranquila señora. Para qué voy a dejar un hijo aquí si ya tengo muchísimos." En la despedida solo se escenificó este sentimiento. En ese comedor que tanto significa para mí nos juntamos todos. Todos mis niños y muchas de sus madres. Porque, aunque algunos me hayan dicho que me quieren más que a sus padres, una mamá siempre agradecerá que su hijo o hija sea feliz. Y conmigo lo son, o lo eran. Al principio medio aguanté pero cuando uno a uno salieron a darme las gracias no pude evitar romperme. Y peor fue. Porque cuando yo rompí a llorar, Noelia vino, me abrazó en el mejor abrazo de mi vida y, después de un "te quiero muchísimo", se puso a llorar desconsoladamente. Uno a uno se fueron sumando a este abrazo que quedará para siempre marcado en mi corazón. No sé cuándo podré volver pero no puedo describir lo que ha supuesto estos últimos días ir casa por casa, visitando a los que hace tres años fueron mis mayores y darles un tremendo abrazo al ver que estaban bien. Os agradezco de corazón a todos los que donasteis algo para ellos, porque creo que no hay mejor lugar en el mundo en el que pueda estar. OS QUIERO chicos, os quiero muchísimo. Y os voy a querer siempre. 



Y me voy hijo. Hijo de Amelia, una mujer que es un diamante en bruto. Viviendo en una de las zonas más pobres de Lima, me quiere como a un hijo. Desde que llegué hace tres años, siempre se preocupó por mí y siempre me ayudó en todo lo que pudo. Este año, si el proyecto ha salido tan genial como veréis muchos, en parte se lo debemos a ella, a su incansable bondad y su enormísimo corazón. Hijo de Flor, que cuando me tuve que ir a Cañete a trabajar en algo tan duro como la construcción, no permitió que me faltara nunca un delicioso plato de comida de los suyos, una ducha o una cama. Y, sobre todo, hijo de mi mamá Rosa. No por nada en especial, sino por todo. Por ser como es, por quererme como soy. Este año no he podido compartir mucho tiempo con ella y, sin embargo, siempre nos hemos tenido el uno al otro. 



Y me voy hermano. Hermano de Leíto, por ser hijo de Amelia. Hermano de Matías, porque con apenas 5 años, él mismo así lo decidió desde el primer día que nos vimos. Y refuerzo mi hermandad con Grego, el hijo de Rosa. Y si bien este año me ha dado mucha pena tener que sacrificar tiempo con él por el trabajo, espero que le haya quedado claro que le quiero como a un hermano y que siempre lo haré. 



Aterrizo finalmente en Bilbao con el corazón partido. Dejo Perú vacío. Vacío pero lleno, lleno a rebosar. Sin embargo, como me dijeron la primera vez que me fui de voluntariado y como me recordó mi mamá Rosa, abrazado a ella, horas antes de partir, "hay que saber volver". Simplemente, animaros a vivir algo así. Vaciaros, nunca os sintáis cansados, sonreíd siempre e intentad meteros hasta la raíz de la sociedad a la que vayáis a ayudar. Una sonrisa es la mejor llave y gente como ésta el mejor salario que vais a recibir jamás. 


Hoy me he parado en la entrada del aeropuerto de Lima, he mirado hacia atrás, he mirado hacia delante, y no sabía para donde estaba mi casa ni en que lado estaba mi mamá. Hasta pronto mamá, hola mamá. 


Y es que lo más bonito de este viaje es que sé que me voy pero no me voy. Sé que, aunque no esté físicamente presente, de muchos corazones no me iré jamás. Y eso no se paga. 



Gracias a todos a los que os he encontrado en mi camino. No os imagináis lo que os voy a extrañar. Os quiero chicos, más que a nada. Cuidaros mucho entre vosotros y ojalá nos veamos pronto. Hasta siempre.

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