La niña de mis ojos

Qué curiosas son nuestras reacciones ante las cosas que nos hacen sentir tristes, incómodos o enfadados...Algunos beben whisky, otros pegan puñetazos a paredes, otros se van a correr...

Bien, pues yo miro fotos. Cuando yo me siento mal, viajo a un momento en el que me sentía bien. Y como no hay lugar en el que me haya sentido más feliz, más completo o más lleno de vida que en la pobreza, suelo recurrir a las carpetas de fotos de mis distintos viajes.

En uno de esos escapes, me encontré esta foto. Fue verla y volar. Tanto me ayudó que decidí que siempre la tendría cerca y ahora la llevo de salvapantallas en el móvil. Pero es que además es tan tremendamente preciosa que la subí a las redes sociales para que todo el mundo la viera, para que todo el mundo se contagiase de la magia que transmite. A algunos les transmitiría más, a otros menos, pero lo que visteis todos es una foto. Sin embargo, esos ojos ocultan una de esas curiosas historias que me han marcado la vida.



Todo ocurrió en Sirarou, un pequeño pueblo del centro-norte de Benin, en Africa.



Tras salir de Kandi, fui a Sirarou a ayudar en una pequeña escuela local que regía la Fundación Vida Para Todos. Desde el minuto 0 el pueblo me cautivó. Si bien es verdad que Kandi no era una ciudad muy grande y que el internado se encontraba a las afueras, esto era otra historia. Parecía otro país.




Aprovecho esta última frase para hacer el primer parón, y es que es tremendamente curioso viajar por "un" país como Benin. Como no está globalizado (exceptuando teléfonos móviles), el paisaje, las costumbres, las casas o incluso la forma de hablar cambia de blanco a negro (bueno, de negro a negro) en cuestión de una hora de viaje (lo que se tarda en ir de Bilbao a San sebastian). El clima en cada zona del país es distinto, lo que provoca que se siembren alimentos distintos, que se comen de distinta manera y que generan un ambiente y unas costumbres muy distintas de las de otro lugar. Pero no solo eso, independientemente de que haya un idioma más o menos generalizado, son sociedades rurales en las que se mantiene el idioma de hace siglos. Distintas etnias, con sus distintos idiomas conviven generando un collage que ilustra una inmensa riqueza cultural que es capaz de enamorar a las piedras.

Sirarou fue, sin duda, la experiencia más positiva que tuve en el viaje de este año. Un pequeño poblado en el corazón de Africa, pobre como el solo pero auténtico y precioso como ningún otro.

La escuela estaba a las afueras del pueblo, a unos 10 minutos andando de la carretera que lo atravesaba, como si de su columna vertebral se tratara. A los lados de ésta se encontraban todos los negocios, incluido el mercado, que era como el corazón del pueblo. Alrededor de todo esto se iban colocando casas que, sin ningún orden, eran capaces de generar una bella estructura perfectamente lógica y ordenada.

Pues bien, si con algo me tengo que quedar de Sirarou, es el camino que llevaba de la escuela a la carretera. Lo solíamos hacer todos los dias y, sin embargo, ningún día fue igual. Era un paseo increíble. Es pensarlo y, a la vez que se me iluminan los ojos, se me escapa una sonrisa de lo más tonta. En Sirarou todo el mundo hacia vida en la calle. La gente se coloca delante de sus casas sentados en el suelo, en una cazuela o en un trozo de tronco a conversar, cocinar, limpiar, trabajar... a todo. Al final, las casas son hechas de barro, pequeñas, pobres, y sin ventanas por lo que solo se utilizan para dormir. Este hecho genera una sociedad tremendamente unida y natural, que transmite tranquilidad y felicidad. Ojalá nosotros tuviéramos un poco más de eso la verdad....

Pero volvamos al camino, y es que esto que os digo de vivir en la calle, generaba que un camino de 10 minutos, podía convertirse en el plan de una tarde. A medida que avanzabas, la gente te sonreía saludaba e incluso algún dia alguno te invitaba a entrar a casa. Nosotros, con las 4 palabras del idioma local, contestábamos con la mejor de nuestras sonrisas y, aunque estoy seguro de que muchas veces no nos entendían, lo aparentaban, lo cual enorgullecía bastante.




De repente, sin ton ni son, empezaba a escucharse un revuelo. Apenas daba tiempo a girar la cabeza hacia el ruido cuando veías una estampida de niños corriendo, saltando, bailando hacia ti a grito de "Batture, batture" (Blanco, blanco), con una preciosa sonrisa en la cara. Venían te cogían de las manos, te miraban a los ojos y te sonreían. Era como su forma de agradecernos nuestra presencia y, como nos conquistaban, de conseguir un rato de paseo a burros, o , si teníamos, un caramelillo o un sugus.

En uno de esos paseos, tras una de esas estampidas, cogiéndome las manos, me encontré esta carita mirándome a los ojos. Y me cautivó. Creo que nunca en mi vida he visto una mirada tan profunda y tan bonita. Me enloqueció. Tanto es así que estuve toda la tarde reflexionando: ¿cómo era capaz una simple mirada de transmitir tanto?

Pocos días después, me tocó ir a vigilar la clase de los pequeños en la escuela. Estaban todos revoloteando, así que aproveché para disfrutar un poco de la escena. A algunos de los niños los reconocía del famoso paseo hacia el pueblo, otro era hijo de la panadera, otro era el que quiso pegar al compañero... Había pocos que no me sonasen. Entonces puse orden, y todos se callaron, como momias. La disciplina es un valor que choca al entrar a una clase en Africa pero eso lo dejaremos para otro capítulo. Cuando rondaba la clase mientras los niños hacían sus tareas me la encontré. Sola. Trabajando. Muy formal. Me senté entonces al lado suyo y le sonreí. La niña levantó la vista de su cuaderno, se puso firme y se puso fijamente a mirar hacia delante. Al de un momento empecé a notar como la niña temblaba, su garganta subía y bajaba y la notaba incómoda. Me aparté, y entonces la niña se desplomó encima de su pupitre y comenzó a llorar como una loca.

No lograba entenderlo. ¿Yo le había generado el llanto? ¿Había hecho yo algo mal? ¿Era mi presencia lo que le generó esa ansiedad y nerviosismo? Pero si era ese el problema, ¿por qué hace dos días había venido corriendo a abrazarme con una sonrisa de oreja a oreja? En ese momento entró el profesor por la puerta y salí pitando. Me sentí horriblemente mal.

Seguí dandole vueltas todo el día, hablandolo tanto con voluntarios como con amigos que entonces ya tenía allí. Al final llegué a la conclusión de que fue la combinación de HOMBRE + BLANCO + BARBA lo que intimidó a aquella preciosa niña. Nunca más me atreví a sentarme con ella. Nunca más apareció corriendo en el camino a la carretera.

El tema del machismo allí, es parte de la cultura. Es brutalmente machista y, sin embargo, muy pocas mujeres han llegado a pensar que pueda existir una sociedad mejor que esa. No lo conciben. No han llegado ni a reflexionar sobre ello. El machismo es algo que a mi me chocó muchísimo desde que llegué por primera vez a Africa, pero que se acentuó en Sirarou. El estar en una zona tan rural y con alguien local con quien cogí bastante confianza, me hizo entender su forma de pensar. Recuerdo esa noche como si fuera ayer, en esa mesa y tras esa cena...pero dejaré eso para otro día.

La historia no acabó ahí. Me fui de Sirarou, bajé un poco más al sur, subí al norte, y cuando ya volvía de vuelta a casa, casi un mes después, volví a pasar por este maravilloso pueblo. Vinimos en un coche, para enseñarle las instalaciones a una pareja que ayudaba a la fundación desde Segovia. Yo casi ni me acordaba de la niña cuando pasamos por al lado de su casa. De repente, por la ventanilla del coche apareció una niña corriendo, sonriendo, como el primer día. Noté en sus ojos como me reconoció. Paró el coche y la cogí en brazos y la abracé. Fue la forma más bonita que jamás había podido imaginar de despedirme de ese tan hermoso pueblo, Sirarou. No le he vuelto a ver y, posiblemente, nunca lo haga. Eso sí, os aseguro que nunca olvidaré a esa niña indefensa, preciosa y tan formal a la que tanto tengo que agradecer. No sé ni su nombre pero para mi, siempre será la niña de mis ojos.










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