Es real: Estás volando, Álvaro.
1 de agosto de 2018. El ala del
avión vibra al otro lado de la ventana. Pero mi interior vibra aún más.
Emociones, muchísimas emociones. Tantas que ni siquiera sé expresarlas.
Cansado, pero más lleno de energía que nunca. Nervioso, pero nunca he confiado
más en mí. Serio, pero nunca he estado más contento. Controversia. Lío.
Desconcierto.
Y está justificado. Claro que lo
está.
Todos tenemos sueños. Es más,
todos y durante toda nuestra vida tenemos sueños. Sueños que van cambiando a
medida que crecemos. Unos se desvanecen y otros se mantienen de por vida, pero,
desde luego, la frecuencia de cambio cuando alcanzamos la vida adulta se
ralentiza considerablemente.
Recuerdo cuando era pequeño y me
tiraba días y días delante de un simulador de vuelo soñando ser piloto… Y no,
no pudo ser; pero sí, la llama sigue encendida. Y hago referencia a este sueño
de la infancia porque aquí es donde estuvo el punto de inflexión de todo hasta
ahora. Del tener seguro a qué dedicarme, a dedicarme a todo lo que no veo
seguro.
Que si ingeniería aeronaútica,
arquitectura… luego apareció la Medicina… pero, hasta que no fui por primera
vez a África no volví a ver aquello que me hacía feliz.
Tenía 18 años, no sabía nada. Lo
único que tenía bien presente era que, como me dijo un gran amigo, “había que
saber volver”. Y supe, se supone. Porque, la verdad, a día de hoy, creo que
nunca he sabido y nunca sabré volver de la misma manera.
Empecé a soñar: ¿Y si algún día
no tengo que pasar por todos los líos para ser voluntario? ¿y si algún día
puedo pensar yo en proyectos? ¿y si puedo yo hacer algo diferente para acercar
este mundo que me ha enseñado a ver el mundo al resto de la gente de mi
alrededor? Pero, como dirá alguno o alguna, soñar soñamos todos.
El ala del avión vibra al otro
lado de la ventana. Pero mi corazón vibra más. Un sueño. Ambicioso como
ninguno, real como la vida misma. Ya no es un “confío en ti”, un “tú lo
conseguirás”… o un “ya casi lo tienes”. Ahora es un “estás volando”.
Estás volando, Álvaro. Estoy
volando, Álvaro. Con un logo en el pecho. Un logo que ilustra una Nueva Vida.
Una Nueva Vida con la que siempre he soñado. Una Nueva Vida encargada
exclusivamente de transmitir, mejorar y repartir vida.
Vida y sueños. Sueños y vida. No
me lo creo. No me creo que el tan ambicioso sueño sea real. Hasta me río cuando pienso en cómo
nos reíamos hace unos años cuando contaba mis “locuras”. Locuras “imposibles”. Como
nos reíamos de lo difícil que parece y lo posible que es precisamente esto:
cargarse comillas, cargarse estigmas.
Me siento lleno. Lleno a rebosar.
Tan lleno que no sé ni cómo expresarlo. Volvemos al principio, controversia.
Controversia sana. Sana, sanísima.
Estoy volando. Claro que sí.
Física y emocionalmente. Lleno, lleno a rebosar de energía e ideas que demuestren
que yo, y todos y todas los que me habéis apoyado en este calentamiento,
estamos listos para volar. Para volar, crecer, soñar, vivir y transformar el
vivir.
He empezado serio, pero acabo
sonriendo. Sonriendo de orgullo, de felicidad, pero sobre todo, de
agradecimiento.
Mente abierta, sonrisa tatuada,
ilusión en los ojos y manos listas para la acción.
Preparado. Preparado para
trabajar, transmitir, aprender y disfrutar.
Preparado no, preparadísimo.
Preparadísimo para ser feliz.
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