Éranse una vez 34 campesinos
Éranse una vez 34 campesinos que,
provenientes de múltiples lugares de Perú, coincidieron en comenzar una nueva
vida. Unos en busca de trabajo, otros huyendo del terrorismo en los ambientes
rurales, llegaron a un cerro de las afueras de Lima.
Poco a poco, las 34 familias
fueron dividiéndose el terreno y comenzando a instalarse. En un principio
valiéndose de una sola lámina de calamina en forma de iglú, fueron aumentando
paredes e incluso techo, hasta conseguir lo que hoy en día domina en el cerro:
el prefabricado de madera con techo de lata.
Ese grupo de 34 humildes familias fue creciendo hasta las 80. Aunque mejor que grupo, diré familia de 80 familias.
Hoy en día esta gran familia sigue en su cerro, en casas que dejan mucho que desear y sin agua ni luz.
En cuanto al agua, diseñaron y
construyeron un sistema mediante el cual, valiéndose de una bomba, eran capaces
de subir el agua al cerro. Sin embargo, la puesta en funcionamiento de la bomba
que permitía el suministro de agua a las familias, consumía muchísima electricidad.
Electricidad que no era suya.
Y es que es tan remoto el lugar
en el que viven que ni la electricidad llega. Esto ocasiona que un vecindario
le robe la electricidad al de al lado y que éste se la “venda” al vecindario
del otro costado. Tanto es así que los caciques de la electricidad modifican el
precio de ésta a sus anchas, haciendo que los precios muchas veces sean
inalcanzables para esta tan humilde familia.
No tienen agua, no tienen
electricidad, el acceso es horrible… Pero tienen ilusión, unión y compañerismo
a más no poder.
Más allá del vicio, la falta de
agua, de luz y de gas (por el difícil acceso) hacen que el cocinar sea toda una
odisea. Dándose cuenta de este problema, una vez más, la familia coincide en la
necesidad de juntarse y buscar una solución. Siendo el domingo el único día en
el que todos están disponibles (el único día de descanso para la mayoría de
ellos), comienzan a trabajar todos los domingos en la construcción de un
comedor social. Pero no un comedor social como los que conocemos en Europa, que
generalmente tienen una connotación negativa; un comedor social en el sentido
de que una familia de 80 familias comparte la cocina.
Y es que en muchos de estos
cerros, la ausencia de medios ocasiona que este sea el único modo de comer
caliente. Cada día, un integrante de la familia pasa por el comedor donde
recoge tantos menús como miembros de la familia sean. Éste, con un precio en
torno a los 30 céntimos de euro y que consta generalmente de una sopa y un
segundo en cantidades nada despreciables, será para muchos desayuno, comida y
cena.
No solo demuestran y enseñan
muchísimo teniendo apenas nada, sino que su forma de trabajar engancha a
primera vista. Esas cadenas de gente que antes solo había visto en películas,
ese baile de gente perfectamente coordinada y, sobre todo, esa imborrable
sonrisa en sus caras a pesar del duro trabajo, te invitan a colaborar.
Y así es como, casi sin darme
cuenta, cogí un pico por primera vez en mi vida y me puse a hacer un agujero en
la montaña. Más tarde agarré la pala y piedra a piedra (y esquivando
escorpiones) fuimos allanando el terreno. Pico, pala, pico, pala… y de pronto
estaba comiendo con ellos, esa comida de ese comedor que para ellos lo es todo.
Sin prácticamente darme cuenta, estaba entrando a formar parte de esa enorme,
genial y tremendamente acogedora familia.
Hace 2 meses el único pico que
había visto en mi vida era el de Minecraft. Hace 2 meses no tenía ampollas en
mis manos. Y hace 1 semana no sabía lo que me iba a doler la espalda de cargar
piedras en una carretilla. Pero dentro de 50 años tendré mil historias que
contar. Dentro de 50 años me acordaré del bigotes y su coca. Dentro de 50 años
sabré “pircar” un cerro. Dentro de 50 años sabré hacer un suelo. Y, con un poco
de suerte, si alguna vez vuelvo a este fabuloso lugar, algunas de las personas
más humildes y auténticas que he conocido nunca, se acordarán de aquel gringo
que dejó hasta su última gota de sudor en ayudar a construir, siempre con la
mejor de sus sonrisas, ese comedor que tanto significa para ellos.
Eso es para mí el voluntariado. Y
ese es el premio que busco en mis veranos. Y, para mí, vale más que tres
cervezas y dos copas en la playa.
GRACIAS familia por hacerme
sentir parte de ésta.
eres una fuente de inspiración y felicidad para los demás Álvaro, HELP & SURF & TRAVEL
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