Primeros días en Lima
Tras un muy largo viaje (28 horas) al fin llegué a Lima. Solo salir del aeropuerto ya te hace ver la realidad: coches viejos, mucho tráfico, y de vez en cuando algún centro comercial. A medida que te vas alejando del centro y la costa, la pobreza va en aumento. Empiezas a no ver esos ápices de mundo desarrollado como son los centros comerciales y te vas sumergiendo en lo que es la pura, preciosa y sincera Lima: un mar de chabolas con carreteras de tierra.
Llegamos a la casa, una
casa simple, con techo de chapa y alguna ventana, pero terriblemente acogedora.
Pobreza habrá pero la gente aquí no es como allí, en vez de quejarse de todo lo
afrontan todo con una sonrisa. Nada más llegar a la casa ya me esperaba allí
una familia encantadora con la que rápido conecté. Estuvimos charlando hasta las
3 de la madrugada, haciéndome, con su amabilidad, olvidar el cansancio del
viaje. De ahí en adelante solo han sido risas, largas conversaciones y una sensación
de que ya les conociera de toda la vida sin apenas haber estado con ellos 4
horas.
El tiempo es frío, húmedo
y lluvioso, pero la maravillosa comida te hace entrar en calor rápidamente.
Todos creemos que cuanto más caro es un plato, por lo general, es de mayor
calidad. Sin embargo, cuando vienes a un sitio así, alucinas. ¡Esto sí que es
arte cocinando! Porque, al fin y al cabo, los chefs tienen todo lo que quieren
y aquí preparan platos increíbles con 5 soles (1,20€ aprox)
Mi trabajo aquí es, por
las mañanas, ayudar a que los niños de una de las zonas más pobres de Lima
socialicen y se lo pasen bien un rato. La verdad, la situación de los niños
aquí es conmovedora. Son niños que viven prácticamente en la calle y que están
muy faltos de cariño. Esto se explica porque los padres van temprano a trabajar
y vuelven tarde, cuando muchos de ellos ya están dormidos. Es increíble el
cariño que me han cogido en 2 días. Cuando llego por las mañanas vienen todos
corriendo a abrazarme gritando “¡¡Alvaro, Alvaro!!”. Y es entonces cuando, por
segunda vez en mi vida, he sentido lo que es la pura felicidad, la felicidad
que nace del ser feliz sin tener nada. Y no solo eso, también es la segunda vez
que he sentido que mi sitio en la vida está en estos sitios, donde las sonrisas
de la gente es lo más sincero y cercano que he sentido en mi vida.
Por las tardes, solemos
ir de casa en casa ayudando a personas con discapacidad. Hacemos ejercicios con
ellos para distraerles de la rutina y tratar de mejorar su concentración y
habilidades. Me encantaría poder expresaros la situación de los discapacitados
aquí, pero es demasiado devastadora. Por ello, os contaré la historia de 2 de
ellos:
- - Evelyn, 5 años. Esta niña tiene una enfermedad denominada espina bífida que le imposibilita mover el tren inferior. Tendríais que ver donde vive. Simplemente, alucinante. Su casa es una chabola en uno de los cerros del cono sur de Lima. Una habitación de 3 metros cuadrados con dos fogones que llaman cocina alberga un espacio que, separado por un muro de metro cincuenta, tiene un agujero en el suelo al que llaman baño. El hedor que manaba de allí tumbaba. Pero no sólo eso, llegar a su casa es toda una aventura: subida empinadísima de barro con algunos escalones formados por piedras que bailan muchísimo. Imaginaros a la mamá bajando primero la silla de ruedas y luego a Evelyn en brazos casi los 100 metros que tiene el caminillo de tierra, y siempre con el hermanito pequeño atado a la espalda con una tela.
- - Raúl, 20 años. Raúl es un chico con una discapacidad bastante severa: anda como puede y no se le entiende cuando habla (Al menos, yo no. En teoría con la madre se entiende a la perfección, ayudándose de señas y ruidos). El caso es que Raúl, al igual que muchos niños aquí, ha pasado toda su infancia encerrado en casa (con 17 años pisó por vez primera la calle). Los padres no saben qué hacer con ellos con lo cual los dejan encerrados en casa. Él se ha ido buscando la vida aprendiendo, por ejemplo, donde tiene que colocar el mando para que alcance a la tele. Todo un campeón que se ha desarrollado en un puro abandono.
En definitiva, a pesar de
que a veces falte el agua y haga frío, aquí me siento enormemente feliz. Hacer
montañismo entre casas hechas como pueden para ir a hacer terapia con un niño
con discapacidad y que te paguen con sonrisas no tiene precio. Está claro que
mi vida es esto, por lo que lucharé toda mi vida por ayudar en sitios así ya
sea como estudiante de medicina o como médico finalmente.
Gente,
¡Soy feliz!
Hola Alvaro!
ResponderEliminarSomos los Paisán y solo queremos, después de emocionarnos leyendo tus crónicas, enviarte un brutal abrazo y felicitarte por lo que estás haciendo. No dudes que con ello este jodido e injusto mundo es un poquito mejor.
Eres grande, tío!!!!
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